Llegó un momento en que me di cuenta de algo profundo:
había llegado a mi límite.
Y fue ahí donde entendí algo aún mayor:
no llegué solo hasta acá.
Creo, desde lo más hondo, que Dios mismo me trajo la llave para llegar a Él.
Y esa llave se llama confianza.
No una fe ciega. No una esperanza vacía.
Sino una certeza silenciosa que dice:
“No estás solo. Dejá de empujar. Confiá.”
Y ahí fue cuando vi la raíz del problema:
que venía transitando desde el esfuerzo,
desde un hacer constante que ya no nacía de mi autenticidad,
sino de una exigencia sutil, de una autoexigencia antigua.
Ese momento no fue agotamiento.
Fue reconocimiento.
Y de ese reconocimiento brotó una pregunta:
¿Hasta cuándo tanto esfuerzo?
Y lo que estaba delante… era un abismo.
No era miedo. Era claridad.
Ya no podía seguir por mi cuenta.
Y en ese instante, sin plan, sin lucha, me entregué a Él.
No una voz, no un milagro dramático.
Sino una Presencia.
Silenciosa.
Pacífica.
Profundamente sabia.
No lo llamo Dios con nombre. Pero sé que es Él.
Es Eso.
Lo que está más allá de mi límite.
Lo que emerge cuando me detengo… y me entrego.
El cambio fue sutil, pero absoluto
Ya no busco resolver todo desde mi cabeza.
Hoy, simplemente me detengo y pregunto:
¿Cómo puedo resolver esto?
Y dejo que la vida me conteste.
Y lo hace.
Con una señal, una idea, un gesto inesperado.
Y lo más increíble: sin esfuerzo.
El 5: el puente
En numerología, mi número es el 5: el puente.
Y eso siento que soy:
Un puente entre lo humano y lo divino,
entre lo visible y lo invisible,
entre la pregunta y la respuesta.
Pero para que el puente funcione, no puedo quedarme de un solo lado.
Tengo que cruzar.
Y para cruzar, necesito confiar.
Dios como recurso: no como figura, sino como campo
No es un Dios de castigo o control.
Es un recurso infinito.
Una inteligencia viva, anterior a mí, más grande que yo, que responde cuando me entrego con sinceridad.
Y esa entrega no es debilidad, es la verdadera fuerza.
Es el momento en que dejo de llevar el mundo en mis hombros y me apoyo en algo que no se quiebra.
Cuando ya no hay nada de qué agarrarse
A veces pienso que el esfuerzo nace del yo queriendo realizarse solo.
Pero qué alivio… cuando uno se entrega a lo superior.
En una constelación, uno también se entrega. Pero hay algo tangible: un campo, un orden, un facilitador.
En cambio, cuando me rindo ante lo Divino… no hay nada visible. No hay de qué agarrarse.
Por eso entendí que la confianza es la llave a la Fuente.
No porque garantice el resultado…
sino porque abre la puerta que sólo el alma puede ver.
Y si el campo en una constelación es una materialización de lo divino, entonces también revela algo mayor:
que cuando el orden se restituye, la energía fluye.
Y eso es tan cierto en el sistema familiar… como en el alma humana.
Cuando dejé de resolver solo,
la vida empezó a responder.